Pisó las tablas del escenario y, después de que los fans que abarrotaban la plaza de toros batieran en grito unánime el record de decibelios, saludó a la audiencia: «Murcia, aquí va a pasar algo, ¿sí o no?». Y lo que pasó durante las siguientes dos horas fue que Alejandro Sanz esgrimió el mejor concierto de cuantos haya ofrecido en Murcia -ciudad que nunca falta en sus giras- en los últimos años. Tras el decepcionante directo de 2007, dentro del tour 'El tren de los momentos', el contraste fue mayor: esta vez Alejandro sí estuvo magno.
Su último disco ya lo apuntaba y el directo lo confirmó con creces: Alejandro Sanz ha vuelto a su mejor momento y lo ha hecho olvidando los cantos de sirena del 'Miami sound' y retomando la fidelidad consigo mismo, con el Sanz de los noventa, con aquél autor e intérprete que jugaba con las melodías al límite y que, antes que cualquier otra cosa, desbordaba pasión.
Ocurre, además, que ha subido un escalón en su capacidad vocal, que ahora canta mejor que nunca. Si le añadimos que el sonido fue casi perfecto -amén de poderoso, único modo de evitar que sus conciertos se conviertan en un karaoke popular- y el montaje escénico magnífico -espectacular, variado, brillante-, tendremos las claves de por qué el sábado vimos al mejor Alejandro Sanz de los últimos años.
El primer y tal vez único tumbao llegó pasada la media hora con 'Corazón partío', huelga decir que uno de los momentos más aclamados, aunque en realidad lo fueron todos, de un concierto que comenzó ofreciendo de manera alterna canciones de su último ('Paraíso express', 2009) y de su primer ('Viviendo deprisa', 1991) disco. Abrió con 'Mi Peter Punk' y continuó con 'Lo que fui es lo que soy'; siguió con la bella 'Desde cuando' y de ahí a 'Viviendo deprisa'' y 'Nuestro amor será leyenda'. España en el punto de mira, sin noticias de Miami. Afortunadamente.
Con dos enormes pantallas emitiendo en buena definición a ambos lados del escenario y con un despliegue luminotécnico tan abrumador como coherente -en 'Lola Soledad' el escenario es un club lleno de neones, la desgarradora 'Yo hice llorar hasta a los ángeles' está presidida por una preciosa lluvia de estrellas-, Sanz fue desplegando un repertorio de simpatía y canciones ('Cuando nadie me ve', 'Looking for paradise', 'No es lo mismo'), antes de bromear con la letra de 'El alma al aire' («siempre os equivocáis...», y la empezó y el público se equivocó y detuvo la canción para 'reñir' a la hinchada) y asegurar que no habría bises.
No se lo creyó ni él mismo y tras cambiar su chaqueta marrón por un cómodo chaleco, volvió para regalar uno de los momentos más sentidos del concierto, tres emocionadas canciones a piano y voz ('Yo sé lo que la gente piensa', con letra de Juan Carlos Aragón; 'Lo ves' y 'Tú no tienes la culpa'), que tuvieron continuidad, ya con su muy solvente banda, con esa oda a los fans que es 'Tu letra podré acariciar' y con una especie de 'medley' final de grandes éxitos.
Fueron algo más de dos horas de un concierto sin fisuras. Un gran espectáculo como corresponde a un artista de su rango y una conclusión final acaso algo aventurada: una vez superado el inevitable síndrome de Estocolmo inherente a la fama descomunal -y hablamos de un artista descomunalmente famoso-, Alejandro Sanz se ha vuelto a encontrar a sí mismo y encima más maduro. Es una gran noticia.
Su último disco ya lo apuntaba y el directo lo confirmó con creces: Alejandro Sanz ha vuelto a su mejor momento y lo ha hecho olvidando los cantos de sirena del 'Miami sound' y retomando la fidelidad consigo mismo, con el Sanz de los noventa, con aquél autor e intérprete que jugaba con las melodías al límite y que, antes que cualquier otra cosa, desbordaba pasión.
Ocurre, además, que ha subido un escalón en su capacidad vocal, que ahora canta mejor que nunca. Si le añadimos que el sonido fue casi perfecto -amén de poderoso, único modo de evitar que sus conciertos se conviertan en un karaoke popular- y el montaje escénico magnífico -espectacular, variado, brillante-, tendremos las claves de por qué el sábado vimos al mejor Alejandro Sanz de los últimos años.
El primer y tal vez único tumbao llegó pasada la media hora con 'Corazón partío', huelga decir que uno de los momentos más aclamados, aunque en realidad lo fueron todos, de un concierto que comenzó ofreciendo de manera alterna canciones de su último ('Paraíso express', 2009) y de su primer ('Viviendo deprisa', 1991) disco. Abrió con 'Mi Peter Punk' y continuó con 'Lo que fui es lo que soy'; siguió con la bella 'Desde cuando' y de ahí a 'Viviendo deprisa'' y 'Nuestro amor será leyenda'. España en el punto de mira, sin noticias de Miami. Afortunadamente.
Con dos enormes pantallas emitiendo en buena definición a ambos lados del escenario y con un despliegue luminotécnico tan abrumador como coherente -en 'Lola Soledad' el escenario es un club lleno de neones, la desgarradora 'Yo hice llorar hasta a los ángeles' está presidida por una preciosa lluvia de estrellas-, Sanz fue desplegando un repertorio de simpatía y canciones ('Cuando nadie me ve', 'Looking for paradise', 'No es lo mismo'), antes de bromear con la letra de 'El alma al aire' («siempre os equivocáis...», y la empezó y el público se equivocó y detuvo la canción para 'reñir' a la hinchada) y asegurar que no habría bises.
No se lo creyó ni él mismo y tras cambiar su chaqueta marrón por un cómodo chaleco, volvió para regalar uno de los momentos más sentidos del concierto, tres emocionadas canciones a piano y voz ('Yo sé lo que la gente piensa', con letra de Juan Carlos Aragón; 'Lo ves' y 'Tú no tienes la culpa'), que tuvieron continuidad, ya con su muy solvente banda, con esa oda a los fans que es 'Tu letra podré acariciar' y con una especie de 'medley' final de grandes éxitos.
Fueron algo más de dos horas de un concierto sin fisuras. Un gran espectáculo como corresponde a un artista de su rango y una conclusión final acaso algo aventurada: una vez superado el inevitable síndrome de Estocolmo inherente a la fama descomunal -y hablamos de un artista descomunalmente famoso-, Alejandro Sanz se ha vuelto a encontrar a sí mismo y encima más maduro. Es una gran noticia.